Carta a los prisioneros y prisioneras en cárceles de Puerto Rico
Queridas hermanas y queridos hermanos en Cristo que se encuentran en las cárceles de Puerto Rico: Paz y Bien en nombre de Nuestro Señor Jesús en este año jubilar que celebra los 2000 años de la presencia de Dios en carne humana.
El pasado 9 de julio, la Iglesia Católica celebró el "Jubileo en las cárceles", día dedicado a reconocer la presencia de Cristo en los prisioneros, ya que él mismo se identificó con ustedes. Cristo fue encarcelado, y de una manera misteriosa quiere que lo encontremos en las cárceles de toda la historia. Por eso dijo en su juicio final, los que entrarán al Reino de Dios, son los que visitaron a Él cuando estuvo encarcelado (Mt. 25, 35-36). Es en ese mismo espíritu que quiero saludarlos por medio de esta carta, adorando al Cristo que está presente en ustedes, el Cristo Resucitado. El Cristo que no vino a ser servido, sino a servir, el Cristo de la Paz. ¡Que su paz sea su fuerza, consuelo y alegría!
Quisiera enviar un saludo especial a nuestros nuevos prisioneros políticos, esta vez en prisión en su propia patria por haber protestado en contra de la injusticia que se está cometiendo en Vieques en contra de nuestros compatriotas que no desean otra cosa que el respeto de sus derechos a la paz y a la libertad que necesitan para poder vivir sus vidas justamente. Con ustedes Cristo está presente en la cárcel de una manera particularmente dramática, exactamente como lo estuvo delante de Poncio Pilatos, el representante del poder colonial que no respetada la identidad de su pueblo. En aquella ocasión, Cristo dijo a Pilatos, que su Reino no era de este mundo. Es decir, sus intereses no eran políticos, no correspondían a la lucha política por el poder. Sin embargo, ese Reino estaba en el mundo, estaba presente en Él y estaba presente como testimonio de la Verdad. Para esto dijo que estaba en el mundo: para esto había venido, por eso se sometía libremente a Pilatos, quien no tendría ninguna autoridad sobre él, si no se la hubiera dado el Padre Eterno de quien procede toda autoridad legítima.
Como Cristo y con Cristo, ustedes, los nuevos prisioneros políticos están presentes en la cárcel para dar testimonio de la verdad. ¿De qué Verdad? De la verdad misma, es decir de Dios. Y de que Cristo es Dios en la carne. La verdad es la afirmación de la presencia del Dios soberano en la creación, sobre todo en el corazón de cada ser humano. Esta presencia de Dios en cada ser humano es la base de la dignidad de cada persona humana. Cristo, profeta ante Poncio Pilatos, es defensor de esta dignidad basada en la presencia del creador en su corazón. Por lo tanto, no depende de ninguna autoridad, de ningún poder, de ningún juicio humano. No olviden esto, hermanas y hermanos prisioneros políticos encarcelados por la sed de justicia y paz que los consume. La misión de ustedes es ser profetas de la Verdad, dar testimonio de ella, de la soberanía de Dios sobre toda autoridad humana y del amor que todo lo puede. ¡Que la presencia de Cristo en ustedes y con ustedes, los nutra de ánimo y los sostenga en todo lo que sea necesario para dar este testimonio! Que echando a un lado todo tipo de intereses personales o políticos, puedan decir con Cristo: nuestros intereses no son de este mundo, somos testigos de la Verdad.
Todos los que están en prisión, aún los que están pagando justamente sus deudas a la sociedad, están llamados a encontrar a Cristo en la cárcel y a unirse a Él. De esta forma, el encarcelamiento que sufran por delitos cometidos se convertirá en parte del testimonio de Cristo acerca de la Verdad sobre la dignidad de la persona humana. El "Jubileo de las cárceles" es una oportunidad especial para emprender el camino que cambia el significado del sufrimiento de los encarcelados. De puro castigo legal, este puede convertirse en testimonio profético de la Verdad y en solidaridad especial con todos los que sufren, en particular las víctimas de la criminalidad y de la violencia. Además, podrán unirse en solidaridad espiritual con sus familiares y seres queridos.
El pueblo de Israel celebraba los Años Jubilares buscando reconocer que la creación de la tierra, plantas y animales y todos los seres humanos no son propiedad absoluta de nadie. Sólo Dios es soberano. Esta es la Verdad sobre la cual se basa la verdadera justicia. El ser humano es el encargado de la creación, no es su dueño. Por eso, en el Año Jubilar se perdonaban deudas, se devolvían tierras, se suspendía el cultivo (por respeto a la misma tierra, a la dignidad de la tierra), se dejaba en libertad a prisioneros y se demostraba misericordia y clemencia en todos los conflictos sociales. Me uno pues, al llamado del Santo Padre a los gobernantes pidiendo a los responsables en Puerto Rico que consideren un gesto de clemencia a favor de los encarcelados, subrayando así que el propósito de la pena que cumplen no es la venganza, sino la justicia, es decir, la afirmación de la dignidad de la persona humana violada por lo delitos cometidos. Se demuestra así, que la justicia que expresan nuestras leyes se fundamentan no en los intereses de los poderosos, sino en la infinita dignidad de cada uno de nuestros ciudadanos. En todo caso, el ser humano no pierde su dignidad por el hecho de estar legalmente encarcelado, por lo cual las autoridades tienen la obligación de asegurarse que las condiciones en nuestras cárceles respeten esta dignidad. El derecho a las visitas por parte de los familiares y seres queridos, así como el respeto a la libertad religiosa de los prisioneros son absolutamente inviolables.
Hermanos y hermanas, para Cristo resucitado, no hay puertas cerradas. Como ha sucedido en muchos casos, el tiempo en la cárcel puede convertirse en un momento privilegiado en la cual el Espíritu Santo puede liberar a los prisioneros de la más terrible de las prisiones: la prisión en la cual el pecado mantiene al espíritu humano. Fue para esta liberación radical que Jesucristo se dejó encarcelar y se sometió a la misma muerte como prisionero. Ojalá que todos los prisioneros lo descubran y lo encuentren como el compañero que no los ha abandonado y que les ofrece una única libertad que la justicia humana no puede otorgar. Entonces, el tiempo de estadía en prisión se convertirá en un tiempo privilegiado de testimonio sobre la Verdad y del triunfo sobre el mal.
Este es mi deseo, queridos hermanos y hermanas. Los abrazo a todos. Les prometo mis oraciones y les pido las de ustedes sobre todo para que nuestra querida patria encuentre la libertad, la justicia y la paz que es el don de Dios a todos los pueblos y las naciones creadas por Él.
Dado en San Juan de Puerto Rico, hoy 17 de julio de 2000. Dictado desde Santa Fé de Bogotá, Colombia.
Roberto González
Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico