Mi aprendizaje en la vida está basado en los paradigmas convencionales del comportamiento humano: si te portas bien, serás recompensado y premiado; si te portas mal, serás castigado. Las imágenes de las películas y las conversaciones que de muchacho tuve con personas mayores formaron en mi una idea muy negativa de lo que es una prisión y reforzaron mi comportamiento positivo, bueno, adaptado a la sociedad de forma tal que evitara por todos los medios tener que ir a la cárcel alguna vez.

Para mi era bochornoso ser un delincuente y llevaba a orgullo el hecho de que en mis 51 años de edad nunca había pisado una prisión, ni siquiera de visita. Sin embargo, cuando se me planteó la necesidad de participar en los actos de desobediencia civil en Vieques, lo cual implicaba la posibilidad de tener que ir a la cárcel, mi sentimiento con respecto a ese posible encarcelamiento fue diferente. Lejos de sentirme abochornado o avergonzado, sería un motivo de orgullo si me encarcelaban.

La diferencia está en el motivo. Hasta ahora, la única razón que uno concebía para ir a la cárcel era haber cometido un delito contra la sociedad: matar, robar, etc. Ahora se trataba de ir a la cárcel por violar una ley impuesta injustamente por un poder extraño al nuestro, por un gobierno extranjero, por un gobierno que se adueñó de mi patria a cañonazos y que insiste en seguir mancillándola a cañonazos. Se trataba de un encarcelamiento por contribuir a traerle paz al pueblo hermano de Vieques y por contribuir a desenmascarar aún más el estado colonial de mi Puerto Rico amado. ¡Qué oportunidad tan grande me había deparado la vida! ¡Servir a mi país y a la causa por la que siento y creo!

Mi aprendizaje en la vida está basado en los paradigmas convencionales del comportamiento humano: si te portas bien, serás recompensado y premiado; si te portas mal, serás castigado. Las imágenes de las películas y las conversaciones que de muchacho tuve con personas mayores formaron en mi una idea muy negativa de lo que es una prisión y reforzaron mi comportamiento positivo, bueno, adaptado a la sociedad de forma tal que evitara por todos los medios tener que ir a la cárcel alguna vez.

Para mi era bochornoso ser un delincuente y llevaba a orgullo el hecho de que en mis 51 años de edad nunca había pisado una prisión, ni siquiera de visita. Sin embargo, cuando se me planteó la necesidad de participar en los actos de desobediencia civil en Vieques, lo cual implicaba la posibilidad de tener que ir a la cárcel, mi sentimiento con respecto a ese posible encarcelamiento fue diferente. Lejos de sentirme abochornado o avergonzado, sería un motivo de orgullo si me encarcelaban.

La diferencia está en el motivo. Hasta ahora, la única razón que uno concebía para ir a la cárcel era haber cometido un delito contra la sociedad: matar, robar, etc. Ahora se trataba de ir a la cárcel por violar una ley impuesta injustamente por un poder extraño al nuestro, por un gobierno extranjero, por un gobierno que se adueñó de mi patria a cañonazos y que insiste en seguir mancillándola a cañonazos. Se trataba de un encarcelamiento por contribuir a traerle paz al pueblo hermano de Vieques y por contribuir a desenmascarar aún más el estado colonial de mi Puerto Rico amado. ¡Qué oportunidad tan grande me había deparado la vida! ¡Servir a mi país y a la causa por la que siento y creo!

Aún así, no niego que la experiencia fue traumática. Aún cuando existía el convencimiento de que esto era algo que había que hacer para ayudar a la causa de Vieques y de Puerto Rico, hay experiencias que cada individuo pasó y que constituyen nuestro pequeño sacrificio.

Luego de vencido el plazo y no haber pagado la fianza que la magistrado Aida Delgado había fijado, el sistema judicial norteamericano, cual una madre gruñona que se quita la chancleta para golpear a su niño desobediente, desencadenó su ira contra aquella partida de independentistas que osábamos retarlo.

El domingo, 2 de julio, como a las 8:30 de la mañana, tuve la indeseable visita de los alguaciles del imperio que venían a ejecutar su encomienda de arrestarme. Ya me habían procurado en la noche del viernes 30 de junio pero yo no estaba en mi casa en esa ocasión. Me encadenaron y esposaron, según dicta el reglamento. Me trataban igual que a un matón cualquiera. Tenían que seguir su librito de instrucciones o podrían exponerse a "una cogida de cuello" o quizás perder su trabajo. Sin embargo, el trato hacia mi persona fue respetuoso. Para mi, esta contradicción en el comportamiento de los alguaciles era testimonio de la obvia mezcla de sentimientos que debía estar pasando por sus mentes y corazones. Tenían que cumplir su obligación para con el imperio de los Estados Unidos que los emplea y a la vez reconocían que los prisioneros independentistas éramos hermanos puertorriqueños que no habíamos cometido un delito común y corriente, que estabamos allí por cuestión de conciencia y de principios.

Me llevaron al edificio de la corte de los Estados Unidos en Hato Rey en donde me reuní con otros pipiolos más que habían arrestado ese día. Tan pronto estuvimos juntos, comenzaron los relatos de las diferentes experiencias. Me sorprendí al saber que algunos de mis compañeros habían hablado por teléfono con los alguaciles que no sabían cómo llegar a sus casas. Muchos les indicaron la forma de llegar. Otros se pusieron de acuerdo sobre el lugar, día y hora en que se podían encontrar para que los arrestaran. Hubo quien hizo el viaje sin que les pusieran las esposas hasta estar cerca de su destino, como dije antes, para cumplir con las reglas y evitarse problemas.

Luego nos llevaron al edificio de la cárcel llamado "Metropolitan Detention Center – Guaynabo". Todo el proceso desde que uno llega aquí hasta que finalmente sube a la celda es sumamente tedioso. La eficacia y rapidez con que los norteamericanos se venden en el mundo entero brilla por su ausencia allí. El grupo que sumaba a cerca de 30 ó 40 de nosotros, pasamos largas horas encerrados dentro de unos cuartos de espera mientras los oficiales y empleados de la penitenciaría ejecutaban las distintas etapas del proceso: fotografía, entrevista con el trabajador social, entrevista con un médico y finalmente la inspección física y entrega de uniforme.

De más está decir que las llamadas entrevistas con los médicos y el trabajador social fueron un mero teatro. Se limitaron a hacernos preguntas para llenar un formulario y nada más. El examen médico riguroso se haría más tarde y en mi caso, nunca lo hubo.

La inspección consistió en que nos desnudáramos totalmente frente a los oficiales encargados. Había que mostrarles las partes del cuerpo, en donde por experiencia, han encontrado artefactos peligrosos como navajas, cuchillos y armas de fuego. Como buenos prisioneros procedimos a mostrar la boca, las orejas, los pies y nuestros genitales. En ningún momento aquí ni en inspecciones posteriores se nos tocó.

Nos entregaron unas bolsas de telas en las que guardamos toda la ropa nuestra. Luego le dieron a cada uno un mameluco, una camiseta, un calzoncillo, un par de medias y unas zapatillas de goma, todo de la calidad más baja posible. Nos vestimos con lo que nos proveyeron. Poco a poco íbamos perdiendo nuestra individualidad, nuestra propia identidad.

Nos subieron a la unidad 1B como a las 5:30 de la tarde. Cuando nuestro grupo entró a la nave central, los que estaban allí, que estaban comiendo, nos recibieron con un aplauso. Ya estabamos en lo que sería nuestra casa por las siguientes semanas. En mi caso fueron tres, pero al momento en que escribimos, todavía quedan encarcelados, esperando juicio 12 compañeros quienes están cumpliendo su sexta semana de cárcel.

El lugar aquel tiene una plazoleta central en forma rectangular. A ambos lados están las mesas en donde se realizan la mayor parte de las actividades de cada día: comer, leer, hablar, ver televisión y jugar juegos de mesa. Cada mesa tiene en dos de sus lados dos banquetas soldadas a la base, para acomodar un total de cuatro personas. En cada columna del edificio hay instalado un televisor pequeño con servicio de TV por cable. Alrededor de la plazoleta están los pasillos, en dos niveles, que conducen a las celdas.

En el extremo que conecta con el edificio por donde está la entrada a la unidad, se encuentra el equipo y los artefactos con que se distribuyen los alimentos. Hacia un lado está el escritorio que utiliza el guardia penal de turno. Frente al portón de entrada están los cinco teléfonos que usaban los presos, de los cuales cuatro funcionaban. Al lado de los teléfonos está el portón que conduce a "la yarda". No, no es una regla de tres pies de largo. Es un patio interior con algunas facilidades recreativas, como un canasto de baloncesto y una mesa de "ping pong" o tenis de mesa. "La yarda" está aproximadamente 75% bajo techo, pero hay una parte que está al descubierto y es por allí por donde único entran los rayos del sol y el ruido del exterior del edificio. Era aquí donde podíamos escuchar la música y los discursos que se hacían en la vigilia.

El extremo contrario de la nave central es el que está más cerca de la calle. Allí hay tres pequeños salones. Uno es una biblioteca con pocos libros que no estaban organizados. En el otro salón hay un televisor y el tercer salón está vacío. Estos salones tienen cristales en los lados que dan a la calle y en las paredes que dan al interior. Además, la puerta de acceso a cada salón tiene un cristal.

Cuando el Partido mudó la vigilia a los terrenos cercanos al expreso que se ven desde el lado de la cárcel en donde estabamos nosotros, inmediatamente le ordenaron a los guardianes que cerraran con llave los salones para que no pudiésemos entrar a ellos. Aún así, podíamos ver con alguna dificultad las personas que estaban afuera. También podíamos leer los carteles y cruzacalles que los distintos comités del Partido exhibían en honor a los prisioneros de sus pueblos. Fue así como se me iba a salir el corazón el día que pude ver a mi esposa con un cartel que decía "Pepe Bas, te amo".

Cuando comenzaba a caer el sol, se iban sumando las personas al campamento allá afuera. Así mismo, nos íbamos congregando nosotros en el pasillo frente a los salones. A través de los cristales identificábamos a los nuestros afuera y volaban las señales de un lado para otro. ¡Qué bueno era saber que había gente allá afuera que nos apoyaba! ¡Qué duro fue saberlo para algunos carceleros nuestros!

Las celdas tienen todas las paredes de concreto. Las puertas no son las rejas o barrotes que siempre aparecen en las películas, sino que son todas de metal y tienen un vidrio largo y estrecho por donde se puede ver en ambas direcciones. Contienen dos literas, una sobre otra, un inodoro, un lavamanos con gavetas debajo y una superficie larga que sirve de escritorio. Además, hay dos gabinetes de metal del alto de la cintura para que los habitantes de la celda guarden sus pertenencias.

Durante los siguientes días, lunes, martes y miércoles, el ambiente entre el grupo fue de algarabía y fiesta. Continuaban arrestando a más miembros del grupo y se sumaban a los que ya estabamos en la sección 1B. Para el miércoles sumábamos a más de 70.

El miércoles 5 de julio se percataron en el sistema judicial de que aún no nos habían instruido de cargos formalmente. Habíamos pasado tres días encarcelados sin que se nos acusara formalmente de violación alguna a la ley.

Nos despertaron ese día a las 3:30 de la madrugada para llevarnos a todos ante el magistrado Castellanos. La vista no duró 15 minutos. Ese día fue una debacle total. En el proceso de salir de la cárcel y volver a entrar hubo largas esperas en los mismos salones de antes. Esta vez abarrotaron el salón de tantas personas juntas que muchos del grupo estuvieron horas de pie en el centro del salón. Casi faltó el aire para respirar. Solamente el buen ánimo del grupo y el gran sentido de humor de muchos nos hizo pasar ese momento sin que hubiera incidentes lamentables. Creo que a Amilcar por poco se le agota el repertorio de chistes.

El jueves, 6 de agosto, se produjo algo inesperado. Se llevaron a Fernando Martín y a Vance Thomas para juicio. Los restantes permanecimos a la expectativa de lo que iba a ocurrirle a ellos. Dependiendo de su experiencia, cada cuál haría su propia composición de lo que podía esperar para sí.

En la tarde vimos regresar a Vance y a Fernando. Venían del juicio ante el Juez Laffitte en el que se les había impuesto pena de cárcel por el tiempo servido y una multa de $1,000.00 la cual ambos indicaron que no pagarían. Como a las 8:00 de la noche, el guardián volvió a llamar a Fernando y a Vance. Esta vez les dio instrucciones de que buscaran sus pertenencias y las llevaran consigo. Nadie, ni siquiera el guardián, ni los demás prisioneros sabían qué estaba sucediendo. Pensábamos que los trasladarían a otra parte de la penitenciaría.

El noticiero del Canal 6, de las 9:00 de la noche nos contestó. Habían liberado a Vance y a Fernando. La sección 1B estalló en un aplauso y un bullicio enorme, que nos hubiese costado ir al "hoyo" (solitaria, calabozo) a todos si no fuera por el número de personas y por la misericordia del guardián de turno.

Acto seguido, Don Heriberto Marín citó al grupo para ir a la capilla, ubicada en el medio piso sobre el escritorio del guardián. La gran mayoría se dio cita allí para dar gracias a Dios por lo que había ocurrido. Festejamos y reafirmamos nuestra convicción de que Dios está con nosotros en este acto de clamor de justicia para Vieques y para Puerto Rico. Nuestro corazón estaba a punto de estallar de alegría. A pesar de que se nos dijo que el trato para el resto del grupo podía ser diferente, no pudimos evitar abrigar la esperanza de que en la mañana siguiente llamaran al resto del grupo para ir a juicio también.

¡Qué decepción! No ocurrió como esperábamos. Pronto nos enteramos de que el Juez Laffitte había tomado todos nuestros casos para administrarlos él personalmente. Pasó más de una semana sin que supiéramos de progreso alguno. El Juez Laffitte se le había "sentado encima" al proceso y no lo tramitaba. Era su forma de castigarnos, de mantenernos presos sin un juicio, de tratar de disuadir a futuros desobedientes para que no realicen protestas como la nuestra, de tratar de obligarnos a "doblar rodillas" y reconocerle jurisdicción al sistema judicial de los Estados Unidos en Puerto Rico. No lo logró. Nos mantuvimos firmes.

Considero que esa primera semana y media fue la más fuerte para mí y pienso que para el resto del grupo. Durante el transcurso de ella pasamos por el proceso de adaptación. Fue cuando nos empezamos a convencer de que ciertamente íbamos a estar allá adentro más tiempo del que imaginábamos. También fue cuando aprendimos las reglas de supervivencia de aquel lugar inhóspito.

La burocracia y las reglas sin sentido arropan la flamante cárcel federal y la sufren los que viven allí. Tuvimos oportunidad de hacer una sola llamada telefónica gratis que duró cinco minutos. Luego de ésta, tuvimos que esperar una semana y media para que se activara una cuenta de gastos que incluía las llamadas telefónicas. Para esto, alguien, algún familiar, debía depositar dinero a nombre de cada persona enviando un giro postal con el número del prisionero. Había que solicitar y obtener un número de código secreto y había que registrar los números de teléfonos a los que deseábamos llamar. ¿Se imaginan el trastoque que le dimos a la burocracia cuando 122 personas tramitamos todo lo anterior a la vez y con el mismo interés?

Una vez que recibimos ropa adicional, pudimos hacer compras en la "comisaria" (tienda) y comenzamos a hacer llamadas regularmente a nuestros familiares, la ansiedad se redujo muchísimo.

Debemos agradecer aquí a todos los que se ocuparon de hacer colectas para enviarnos dinero. Tambíén agradecemos el haber recibido correspondencia de parte del Partido, de Rubén, del Arzobispo de San Juan y por supuesto de nuestros familiares. Estos detalles fueron los que hicieron nuestra vida más agradable allí.

Igual que en el pasaje bíblico, el trigo y la cizaña crecen juntos y luego se distingue uno de otro. Así sucedió con los guardias penales. Hubo varios que iban a cumplir con su trabajo y lo hacían con respeto a las personas. Hacían los conteos a la hora requerida, inspeccionaban las celdas y mantenían el orden sin reflejar ningún tipo de sentimiento adverso a nosotros. Tuve la oportunidad de compartir algunas palabras con uno de ellos quien dijo que su manera de trabajar era respetando a las personas. Sólo así conseguiría respeto para sí. Otro de los guardianes fue más allá. Este usó su discreción y nos permitió entrar por corto tiempo a los salones que estaban cerrados para que nuestros familiares nos pudieran distinguir desde el exterior. Sin embargo, encontramos a otros guardianes que, aún cuando estaban "manchaos con la mancha del plátano" fueron un látigo. No podían esconder su sentimiento de desprecio al grupo nuestro por tratarse de independentista. Hacían expresiones de burla y decían cosas para provocar. Nos llamaron "terroristas". Estaban adiestrados para comportarse como perros y se esmeraban en aparecer lo más fieros posibles. De estos nos cuidábamos. Cualquier desliz, aunque involuntario, podría significar el "hoyo".

Aún cuando la experiencia no es totalmente intolerable, la cárcel no es un lugar que le recomendaría a nadie. El saberse encerrado, sin poder salir cuando uno desea al lugar que uno desea, que un sistema o una persona decida qué se puede hacer y que no, cuando y cómo, es castigo suficiente para cualquier persona. Si a esto se le añade el trato impersonal y a veces grosero de algunos funcionarios del penal, entonces se completa el cuadro punitivo.

Nuestro único delito fue ir a Vieques a reclamar justicia y paz para esa parte de nuestro Puerto Rico. Nuestra meta fue demostrar al mundo la actitud arrogante, voluntariosa y caprichosa de la Marina hacia los reclamos justos de nuestro pueblo. Deseábamos demostrar que los Estados Unidos es insensible e hipócrita cuando sale por el mundo supuestamente a defender los principios democráticos, los derechos humanos, el ambiente, la libertad mientras en Puerto Rico viola esos mismos principios ejerciendo los poderes imperiales contra los deseos y reclamos de su colonia. Queríamos demostrarle a nuestros propios hermanos puertorriqueños que aún no están convencidos la realidad de que vivimos en una colonia haciendo que esta se viera en toda su crudeza. Íbamos a detener los ejercicios de la Marina en aquel momento. También queríamos demostrar que el sistema judicial de Estados Unidos en Puerto Rico es uno de los instrumentos que usa el imperio para castigar y mantener sometido a todo aquel que se atreve discrepar, disentir, señalar, criticar o enfrentarse a la injusticia y los abusos del gobierno norteamericano. Creemos que todos estos objetivos se cumplieron a cabalidad.

Foto por José Jiménez - Primera HoraLos juicios a los miembros del PIP comenzaron el 21 de julio de 2000, tres semanas luego de habernos arrestado e internado en la cárcel. Dividieron el grupo de 122 en grupos más pequeños de entre 4 y 12 personas por grupo. Se repartieron estos entre distintos jueces: Héctor Laffitte, Juan Pérez Jiménez, José Fusté, Daniel Domínguez y Salvador Casellas. Cada uno vio los casos cuando su calendario se lo permitió y dictaron una gama de sentencias que fluctuaron entre tiempo de cárcel equivalente a lo ya servido, hasta añadir otras condiciones tales como tiempo en probatoria, multas de $1000 y tiempo de trabajo comunitario.

El gobierno de los Estados Unidos y sus fieles agentes en Puerto Rico no tienen una idea de cuán grave error han cometido el ingresarnos a prisión. Nosotros somos un grupo de personas decentes y honradas que escogimos protestar por la injusticia que se ha cometido contra nuestro pueblo y se pretende continuar. La insensatez e insensibilidad de los gobernantes del imperio los ha cegado al punto que los lleva responder a nuestro reclamo de justicia con el mollero y la fuerza.

El pueblo puertorriqueño, nuestros hermanos, se han dado cuenta de esto y han expresado y continuarán expresando su rechazo e indignación por semejante abuso. Saben que hoy se violaron los derechos civiles y humanos de un grupo de desobedientes civiles, pero mañana podría tratarse de cualquier otra persona.

En cuanto al grupo de compañeros pipiolos, el futuro no será igual. Antes éramos solo miembros del PIP. Algunos nos veíamos en alguna que otra reunión o actividad. Ahora, el imperio nos brindó la oportunidad de compartir, de discutir ideas y estrategias, de conocernos y estrechar lazos de amistad entre nosotros y entre nuestros familiares que se encontraban y apoyaban afuera en la vigilia. Difícilmente esto se hubiese dado tan rápido en otras circunstancias. El imperio se encargó de hacer un Partido Independentista Puertorriqueño más fuerte y de levantarle el ánimo y fortalecer la solidaridad del independentismo en Puerto Rico.

¡Dios mío, perdónalos! ¡No saben lo que han hecho!
¡Que viva Puerto Rico libre!