Medité mucho antes de decidirme a escribir esta reseña sobre lo ocurrido el lunes y martes, 26 y 27 de junio de 2000. En esos días un contingente de poco menos de 130 personas, militantes del Partido Independentista Puertorriqueño nos dimos cita en Vieques con la misión de entrar a la zona restringida que ocupa la Marina de los Estados Unidos para protestar por la presencia de esta y por los ejercicios de bombardeos que ya habían comenzado.
No deseaba que esto fuera un relato más de eventos según los observamos. Así que decidí mirar dentro de mí.
No nos cabe duda de que la actitud de la marina y de sus asociados en Puerto Rico ante la firmeza de la militancia puertorriqueña ha cambiado. Nuestra apreciación es de que hasta hace poco resultaba relativamente sencillo penetrar a la zona restringida. Sin embargo, la noche en que nos tocó hacer esta operación la situación fue diferente. Observamos a una Marina nerviosa e intranquila.
Medité mucho antes de decidirme a escribir esta reseña sobre lo ocurrido el lunes y martes, 26 y 27 de junio de 2000. En esos días un contingente de poco menos de 130 personas, militantes del Partido Independentista Puertorriqueño nos dimos cita en Vieques con la misión de entrar a la zona restringida que ocupa la Marina de los Estados Unidos para protestar por la presencia de esta y por los ejercicios de bombardeos que ya habían comenzado.
No deseaba que esto fuera un relato más de eventos según los observamos. Así que decidí mirar dentro de mí.
No nos cabe duda de que la actitud de la marina y de sus asociados en Puerto Rico ante la firmeza de la militancia puertorriqueña ha cambiado. Nuestra apreciación es de que hasta hace poco resultaba relativamente sencillo penetrar a la zona restringida. Sin embargo, la noche en que nos tocó hacer esta operación la situación fue diferente. Observamos a una Marina nerviosa e intranquila.
Habían muchos vehículos rondando frecuentemente el perímetro de los terrenos. Además, un helicóptero no cesó de sobrevolar todos los alrededores iluminando los terrenos colindantes por donde esperaban detectar la presencia de los que teníamos la intención de entrar a la zona. Era obvio. Nos estaban esperando. Ya antes habían ido a recibirnos al terminal de las lanchas para tener una idea de cuantos íbamos a participar en la acción de protesta esa noche.
Ante una vigilancia tan estrecha y a falta de las destrezas en técnicas de camuflaje en las que los militares son expertos el grupo fue descubierto desde el helicóptero antes de acercarnos al lugar de entrada. Hubo que restructurar la estrategia. El grupo se dividió. Mientras unos fueron por un lado a tratar de entrar, los demás nos quedamos al descubierto para distraer. Aún cuando sabíamos que estabamos ayudando a que unos pudiesen entrar, percibíamos que nosotros no lo lograríamos.
En ese momento me invadieron pensamientos encontrados. Por un lado, la idea de que si no entrábamos regresaríamos a la comodidad de nuestras casas sin sufrir ninguna de las consecuencias de haber ido a Vieques esa noche; por el otro, un mal sabor de derrota interna, a deber no cumplido.
Aquello no permaneció así por mucho tiempo. Como si un ángel del cielo hubiese llegado, una persona que no debo identificar por razones obvias, nos instó a reorganizarnos y nos llevó al lugar por donde finalmente penetramos. Cuando me vi de pie en el camino por donde transitaban los vigilantes de la Marina me sentí aliviado. Por primera vez en mi vida me había atrevido a "romper un vidrio". "En qué lío me acababa de meter", pensé. Sin embargo casi al instante le comenté a Nancy, la compañera militante de Guaynabo, "¡Ahora sí me siento livianito. Si me hubiese regresado sin entrar no hubiese podido conmigo". Ella pensaba igual. Estábamos liberados en nuestro interior. Habíamos cumplido con nuestro deber.
Permanecimos en aquel lugar algunos minutos hasta que llegaron a arrestarnos. Los canales de televisión y el resto de la prensa, que estaban apostados al otro lado de la verja, presenciaron esos momento.
De aquí en adelante comenzó un proceso difícil y sumamente tedioso. En contraste con la supuesta eficacia de los norteamericanos, este proceso está diseñado expresamente para incomodar, humillar y desalentar a las personas. El tiempo de espera en cada lugar parece una eternidad. En cada etapa tuvimos oportunidad de meditar sobre lo que ocurriría después. Nos habían arrestado en Vieques a aproximadamente a las 4:00 de la madrugada del martes 27 de junio. Mi grupo salió en libertad bajo fianza esa noche alrededor de las 9:30. Entre medio hubo esperas en celdas, en jaulas de alambre eslabonado, un viaje en barcaza de Vieques a Ceiba, varios viajes en guaguas o autobús, esposas plásticas y esposas de metal, una vista en corte, fotografías y tomas de huellas digitales para completar el récord criminal de cada uno de nosotros.
La mayoría de las personas que tuvieron que tratarnos durante ese tiempo fueron corteses. El hawaiano que nos vigiló en uno de los puestos en Vieques fue extremadamente simpático. Los que nos vigilaban en las guaguas entablaban conversaciones con algunos de los detenidos. Si resumiera el mensaje de todos ellos diría que estaban haciendo su trabajo, pero que no había nada personal contra nosotros, que esperaban que esta situación se terminara pues ya habían arrestado muchas personas, admiración y respeto hacia nosotros los desobedientes.
Al llegar a la corte federal el panorama cambió totalmente. Acá no tuvimos que relacionarnos con soldados o agentes norteamericanos, sino con puertorriqueños empleados del gobierno federal de EEUU. Estos también trataron de ser simpáticos y agradables, pero no faltó el que intercalaba comentarios irritantes y a veces irrespetuosos. Cuando se percataron que entre nosotros habían candidatos a alcaldes y a otros puestos electivos uno dijo en broma que él deseaba ser el jefe de la policía de ese municipio. Otro dijo que el PIP había movilizado solamente a la cúpula del Partido, no al pueblo. "Yo soy más jíbaro que tú" y "aquí mandamos los boricuas" fueron declaraciones que escuchamos y que se hicieron con el ánimo de minimizar la importancia de nuestra causa. Sentí pena y a la vez rabia por ver la mentalidad sometida, rendida al amo de estos hermanos nuestros.
En la vista ante el magistrado nos dieron tres días para pagar una fianza de $1000, bajo la condición de que no podíamos regresar a Vieques, ni siquiera a la zona civil de la isla. Además de la imposición de esta fianza, existe la posibilidad de que luego que se nos enjuicie tengamos que pasar hasta un máximo de seis meses en la cárcel o pagar una multa de hasta $5000.
Anteriormente a las personas que habían entrado a la zona restringida por primera vez no se les acusaba. Se les dejaba libres. La estrategia de los norteamericanos había cambiado. Ahora, no solamente se nos acusaba de violar una ley, sino que se nos imponía una fianza para poder quedar en libertad hasta la fecha del juicio.
Nos sentimos mal, sin duda. Nunca antes habíamos delinquido y por tanto nunca antes habíamos pasado por una situación semejante. Ahora enfrentamos una acusación, el pago de una fianza y la posibilidad de ir a la cárcel. Al mirarme a mi, como individuo frente a esta situación difícil pensé que debí quedarme en casa. ¿Por qué hacer esto? ¿Para qué? ¿Por qué hacer pasar a nuestros seres queridos por la angustia de la separación forzosa? ¿De qué sirve todo esto?
Es natural que nos sintamos así. Es normal que nos cuestionemos. Después de todo, no es poco sacrificio por una causa tan difícil cuyo resultado final no sabemos cuándo se materializará.
Al día siguiente (hoy, cuando escribimos), pudimos entender cosas que ante la inmediatez de los eventos anteriores y por nuestra inmadurez en la lucha no habíamos comprendido. La lucha por las cosas importantes conlleva siempre algún esfuerzo, un sacrificio. Mientras más importante y más difícil sea el objetivo, más trabajo cuesta conseguirlo.
Nuestro objetivo es lograr la independencia para Puerto Rico. Nuestra lucha es contra el imperio más poderoso, arrogante e insensible. Por lo tanto esta lucha no es fácil.
No podemos dejar que unas pocas personas lleven la carga. Los que tienen sus convicciones bien afirmadas deben ir delante de aquellos que estamos en el proceso de igual afirmación de forma tal que se reparta la responsabilidad de la lucha entre todos conforme al compromiso de cada cual.
Hay que tener fe. Esto es, la convicción de que lo que no se ve hoy será realidad mañana. Me di cuenta que Ramón Emeterio Betances, José De Diego, don Pedro Albizu Campos y don Gilberto Concepción de Gracia habían luchado con fe y con tesón. Dedicaron toda su vida a la lucha por nuestra independencia sin que lograran verla. Rubén Berríos, Fernando Martín y muchos otros dentro del PIP, han hecho su parte para adelantar esta lucha. Es nuestro turno de luchar y sacrificarnos también.
La Biblia nos cuenta que cuando los judíos salieron de Egipto con Moisés estuvieron 40 años caminando en el desierto. En ese periodo hubo quien quiso regresar a Egipto y hubo quien se mantuvo fiel y persitente en el propósito de aquella jornada. Al final, sólo los descendientes de aquellos que habían salido lograron entrar en la tierra prometida.
Cuando logré ver esto, entendí que no era tanto lo que me tocaba dar. Pude ver mi situación en el contexto de toda una lucha y me di cuenta que era como un pequeño grano de arena. Me sentí aliviado y orgulloso de lo que hice. La mancha negra en mi récord penal se convertirá en un sello de oro cuando seamos libre finalmente y esa será mi recompensa.
¡Que viva Puerto Rico Libre!