San Juan, Puerto Rico. 6 de noviembre de 2017. - El presidente ejecutivo del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), Fernando Martín García, dio a conocer hoy la aprobación el sábado de una resolución del Comité para América Latina y el Caribe de la Internacional Socialista (IS) en la que, además de reiterar su compromiso y exigencia por la descolonización de Puerto Rico, expresa su solidaridad con nuestro pueblo ante la devastación producida por el Huracán María.
La resolución, aprobada en la más reciente reunión de la IS en República Dominicana, expresa lo siguiente:

"A la devastación física, económica y social que vive Puerto Rico, que ya llevaba más de diez años corridos de contracción económica y demográfica, se suma la agudización del dominio colonial a través de la llamada Junta de Supervisión Fiscal impuesta por el Congreso de los Estados Unidos.

La crisis detonada por el huracán ha servido para subrayar y hacer manifiesta la enorme descomposición económica, social e institucional en que el colonialismo ha sumido a Puerto Rico.

El Comité para América Latina y el Caribe, cónsono con las múltiples expresiones de la Internacional Socialista por más de treinta años, al igual que en las resoluciones del Comité Especial sobre Descolonización de las Naciones Unidas, reitera su llamado al gobierno de Estados Unidos a que promueva un mecanismo consensuado que permita al pueblo de Puerto Rico ejercer plenamente su derecho inalienable a la libre determinación y la independencia, y que ponga en marcha un proceso que haga posible la urgente descolonización política y económica de Puerto Rico.

Ya el pueblo de Puerto Rico se ha expresado contundentemente a favor de ponerle fin a la relación de subordinación política existente; corresponde ahora a los Estados Unidos descargar sin dilación sus responsabilidades descolonizadoras de conformidad con el derecho internacional."
 

 

 

 

Cuando los aborígenes enfrentaban fenómenos naturales, como el huracán María, no tenían herramientas científicas para explicarlos. Fuera por ignorancia, miedo, o simplemente por el deseo inherente del ser humano que le impulsa a buscar un sentido de significado y balance cognitivo ante la fuerza avasalladora de la naturaleza, creaban mitos y dioses. Les ponían nombres. Los taínos, por ejemplo, le llamaban a este fenómeno el dios Jurakán. En algunas culturas nativas pensaban que era un dios furioso que castigaba, y sacrificaban en el altar a miembros de la tribu en aras de saciar el apetito de ese dios.

 

Cuando en Puerto Rico azotó el huracán de la guerra hispanoamericana y nos invadió, el gobierno de los Estados Unidos, por miedo, por desconocimiento, por manipulación, por la fuerza avasalladora de su aparato militar, se creó otro mito. Se creó un dios: “el dios americano”. Y se pensó que ese dios era completamente benevolente, que era todopoderoso, que era absolutamente generoso. Se le inculcó falazmente al pueblo puertorriqueño que era pequeño y defectuoso ante ese dios infalible. En el altar de ese dios se sacrificaron patriotas como Pedro Albizu Campos, Lolita Lebrón y Gilberto Concepción de Gracia. Se persiguió y encarceló a todo el que lo cuestionara.

 

El huracán María representa el ocaso de ese dios falso. El fin del mito. Las pocas migajas, porque migajas son, que han caído de supuesta “ayuda” federal”, mucha de ella pagada por nosotros mismos, como los fondos FEMA, no han podido llegar a nuestro pueblo como requerían las circunstancias. El aparato militar más portentoso del mundo no ha mostrado interés por realizar aquí lo que ensayaron en repúblicas como Haití y Filipinas, donde la respuesta del gobierno federal fue más rápida y efectiva que en Puerto Rico.

 

Ha sido la entrega y la voluntad indomable de cada puertorriqueño(a) lo que ha permitido que se pueda avanzar lo poco que se ha avanzado ante la crisis. El que ayudó a limpiar la calle de su comunidad, el que compartió comida al hambriento, el que dio de beber al sediento y aquellos y aquellas que fueron casa a casa buscando quien necesitaba ayuda para extender su mano, fueron los que respondieron solidariamente ante la devastación.

 

No le debemos nada a nadie. Ha resultado humillante la actitud de desprecio, de ninguneo, del gobierno federal con respecto a la asistencia que vienen obligados moral, política y económicamente a proveer.

 

Cuando la gente se preguntaba “qué nos haríamos sin ellos”, la respuesta contundente hoy está ahí: cada puertorriqueño(a), cada grupo comunitario, cada voluntario respondió para darle la mano a nuestro pueblo.

 

Eso nos tiene que llevar a reflexionar. Cuando hablamos de reconstruir a Puerto Rico no podemos olvidar que estaba construido sobre una zapata débil, con unas ventanas flojas y bajo un techo que no estaba fijo. Tenemos que preguntarnos cuál es el paísque queremos y debemos construir, porque si se reedifica con la misma zapata débil, con las mismas ventanas mal puestas y con el mismo techo defectuoso, entonces vendrán nuevos vientos y se irá nuevamente la casa al piso.

 

 

Esta es la gran oportunidad para construir una nueva Patria. Una vez llegó el ocaso del dios americano, es el momento de echar los ídolos a un lado y construir sobre la zapata sólida de una nacionalidad vibrante y la soberanía para lograr un país verdaderamente democrático y solidario en unión y amistad con el resto de los pueblos del mundo.

 

 

Juan Dalmau Ramírez Portavoz del PIP en el Senado31 de octubre de 2017

En su “Historia Universal de la Infamia”, Jorge Luis Borges nos regaló “El atroz redentor Lazarus Morell”. En estos días he recordado este cuento borgiano, a causa de la incomprensible contratación en Puerto Rico de una compañía de nombre Whitefish, que por $300 millones se encarga de reconectar el sistema eléctrico del País.

 

Les cuento por qué.

 

Este Lazarus Morell se dedicaba al negocio de liberar esclavos negros en las plantaciones del sur de los Estados Unidos, antes de la Guerra Civil. Morell era metódico y comenzaba con la elección de un esclavo negro al que le proponía la libertad. El plan, según se le explicaba al esclavo, era ayudarlo a huir de su patrón, para luego venderlo en alguna finca distante.

 

La venta generaba dinero para Morell y el esclavo; a quien se le había prometido la libertad sería conducido a un estado norteño libre para que disfrutara de una nueva vida. El esclavo sabía que se estaba involucrando en un negocio turbio, pero movido por sus ansias de libertad, accedía al plan. Luego de varias fugas y posposiciones inexplicables, el esclavo ya impaciente reclamaba su libertad. En esta etapa, se develaba el verdadero plan de Morell, cuyos hombres procedían a “liberar” al esclavo con “un balazo, una puñalada baja o un golpe.”

 

Piense por un momento en la crueldad de esta historia. El método de Morell sigue el patrón universal de la explotación: la víctima desesperada, el negocio turbio, la promesa falsa, el cambio de planes, el lucro del estafador y, finalmente, el atropello de la víctima. ¿Les parece familiar?

 

Vayamos a la contratación de Whitefish. Esta desconocida empresa de Montana, al momento de ser contratada por la AEE contaba con dos empleados y con un raquítico historial profesional. No hay que ser genio para preguntarse: ¿Cómo es posible que en la peor catástrofe en la historia de Puerto Rico y ante un colapso total de nuestro sistema de energía, el gobierno y la AEE optaran por contratar esta empresa?; ¿Quiénes verdaderamente tomaron esta decisión con la que han condenado al País?; ¿Realmente qué oscura agenda está detrás de todo esto?

 

Hay demasiadas preguntas sin contestar. Por ello hago un llamado a mis compañeros legisladores y a todo el País a abrir una investigación amplia, seria y responsable sobre este tema. A esos efectos he presentado una resolución y espero acción urgente.

 

Por lo pronto, es innegable que la historia oficial no aguanta agua. ¿Quién puede creer que Whitefish fue contratada porque fueron los únicos en llamar y los más prestos a ayudar? Es sabido que Puerto Rico no siguió el protocolo de contratación en casos de emergencias similares.

 

En el afán de defender este dudoso contrato, los funcionarios del gobierno me recuerdan al esclavo del cuento de Borges, quien ya enredado en la turbia empresa de Morell, continuaba cooperando con su explotador hasta el final. Es nuestro deber llegar al fondo de este asunto, aun cuando se haya tomado la decisión de rescindir dicho contrato.

 

Haya o no ilegalidad, los hechos conocidos ya revelan que se trata de un contrato infame para el País.

 

 

Puerto Rico quiere y puede levantarse, pero no para la misma porquería corrupta y de favoritismo. Tiene que batallar contra las aves de rapiña. Y Dios nos libre de permitir que los ocultos gestores de esta infamia contra Puerto Rico se salgan con la suya.

 
 

 

 
 
Por: Rubén Berríos Martínez
Publicado en El Nuevo Día
22 de octubre 2017
 
 
 
María nos devastó materialmente. Trump nos insultó. 
 
Es hora de exigir de pie, no de arrodillarse con la mano extendida.
 
Todos los presidentes imperiales actúan en función de los intereses nacionales de su país. Es la naturaleza del colonialismo. 
 
Partiendo de esa inflexible norma colonial, ante la catástrofe de María, Trump reaccionó con puño de hierro, sin cubrirlo con guante de seda. 
 
Los grandes huracanes que nos han azotado desde la invasión norteamericana en 1898 -San Ciriaco en el 1899, San Felipe en el 1928 y María en el 2017- han tenido el efecto, por su carácter traumático, de sacar a flote el subdesarrollo, la pobreza, la fragilidad institucional, la dependencia, la falta de poderes y la prepotencia imperial. Por ello, San Ciriaco y San Felipe promovieron una toma de conciencia política que se convirtió en una actitud de reclamo y de exigencia de cambio a las relaciones coloniales. Y María no será la excepción.
 
Luego de San Ciriaco, cuando no existía ayuda gubernamental para desastre, desde Estados Unidos llegó ayuda de beneficencia y el gobernador militar concedió una reducción en los impuestos. Había que mantener en pie el recién adquirido bastión geopolítico militar. Al mismo tiempo, devaluaron la moneda empobreciéndonos, nos amarraron dentro de su sistema tarifario y aprovecharon la devastación para adquirir las mejores tierras a precios irrisorios, convirtiéndonos durante décadas en un latifundio cañero absentista.
 
Ante el reto, el Partido Unión incluyó en su Programa del 1904 la Independencia y en el 1914, siendo partido de gobierno, reclamó la Independencia como su aspiración suprema, el gobierno propio como transición a la misma y desechó la Estadidad. 
No obstante, esos objetivos se vieron frustrados por la oposición de los intereses cañeros y por la 1ra Guerra Mundial, que remachó el interés de dominio geopolítico y militar, llevando a la imposición de la ciudadanía americana en el 1917.
 
Poco después en el 1928, cuando luego de tres décadas bajo la bandera americana, la pobreza y la miseria cundían, nos azotó San Felipe, que dejó al desnudo y aceleró la crisis que ya padecíamos. El Congreso autorizó un préstamo; y, la Cruz Roja -en la práctica una rama del gobierno- participó en los esfuerzos de socorro; y, posteriormente bajo el “Nuevo Trato” se destinaron cuantiosos recursos mediante la PRAA y la PRERA. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos necesitaba rehabilitar su industria cañera absentista y su bastión. Hitler asomaba en el horizonte, la estabilidad colonial era esencial y las aportaciones eran el precio a pagar.
 
Otra vez Puerto Rico respondió al desafío. Surgió un vigoroso Partido Nacionalista reprimido con puño de hierro. En el 1932 el Partido Unión reconstituido como Partido Liberal, reclamó la independencia como única solución convirtiéndose en el mayor partido. En el 1938, se fundó el PPD con sus demandas sociales y su promesa de “independencia a la vuelta de la esquina”.
 
Pero, nuevamente, por razón de la inminente 2da Guerra Mundial y la Guerra Fría que duró casi medio siglo, se imponía el interés norteamericano de mantenernos como colonia y, tras la fundación del PIP en el 1946 y la Insurrección Nacionalista del 1950, se implantó una nueva ola de represión. 
 
Durante ese prolongado periodo se incrementaron las aportaciones federales, la colonia pasó a llamarse ELA, se abrió la pluma de la deuda, se fomentó la emigración masiva y se multiplicó la inversión norteamericana en la industria, cobijada y estimulada por un régimen de exenciones contributivas y por el entonces exclusivo acceso al mercado norteamericano.
 
No obstante, para finales del siglo 20, el modelo económico colonial de la postguerra se agotaba. Como demostró Vieques, el interés geopolítico y militar era cosa del pasado; el acceso exclusivo al mercado norteamericano y las exenciones contributivas federales quedaron atrás y se incrementó masivamente la deuda y la emigración. Antes de María ya Puerto Rico llevaba más de una década de depresión.
 
La quiebra se hizo oficial con PROMESA y la Junta de Control Fiscal.
 
Y llegó María, y como San Felipe dejó todo al desnudo.
 
Por eso, luego de María, finalizada hace décadas la Guerra Fría, con una colonia rechazada por el pueblo, desprestigiada ante el mundo, quebrada e inviable y ante una economía mundial internacionalizada, Estados Unidos ha respondido de forma muy distinta a como lo hizo en épocas anteriores. Trump lo ha hecho saber. Llegará ayuda y préstamos como a Filipinas en el 2013 y a Haití en el 2010. Puerto Rico después de todo es su colonia y en Estados Unidos votan millones de boricuas. Pero, para Estados Unidos Puerto Rico ha perdido su utilidad histórica como colonia; y nadie espere ni la PRAA ni la PRERA, ni mucho menos un Plan Marshall, salvo que fuera como parte de una estrategia diseñada para promover la autosuficiencia económica y el camino hacia la soberanía propia. 
Para enfrentar la crisis del sistema colonial, muchos insisten en la Estadidad alegando que lloverían los fondos federales y se incrementaría el desarrollo, como si el Congreso fuera una agencia de beneficencia y como si en Appalachia y el Delta del Mississippi hubiera desarrollo económico. Pero, para Estados Unidos aceptar un estado latinoamericano y quebrado es un contrasentido, y María ha hecho esa realidad aún más evidente. 
 
Los amigos de la unión permanente y del “qué nos haríamos sin ellos” han reaccionado como si el colonialismo existiera para beneficio de la colonia y no del colonizador. Baste señalar que en los últimos 30 años las compañías norteamericanas sacaron ganancias de Puerto Rico por la astronómica suma de más de medio trillón de dólares, es decir, 500 mil billones de dólares; mientras el total de las transferencias otorgadas a Puerto Rico sumaban menos de 150 billones. Además, no podemos olvidar que la importación de productos norteamericanos a Puerto Rico representa para Estados Unidos más de 700 mil puestos de trabajo ni las ganancias generadas en ese país por la imposición de la ley de cabotaje. Como si fuera poco tenemos que pagarle una deuda de más de 70 billones de dólares incurrida por administradores irresponsables para mantener su colonia a flote.
¿Quién es el que le tiene que agradecer a quién?
 
De otro lado, para Puerto Rico, como luego de San Ciriaco y San Felipe, se abre una oportunidad histórica.
 
Hay que reclamar los instrumentos para nuestro desarrollo autosostenible que solo provee la soberanía nacional; para insertarnos en un mundo interdependiente, para proteger nuestro comercio, industria y agricultura, tener acceso a diversas fuentes de capital, comprar donde más barato nos vendan y acabar con las leyes de cabotaje. Es la oportunidad para instaurar un nuevo modelo de desarrollo económico, político y social. Hoy, más que nunca, la soberanía es absolutamente necesaria para empezar a construirlo. Y, por supuesto que la misma advendrá a través de un razonado proceso de transición, llana y sencillamente porque eso es lo que le conviene a ambas partes. 
 
Luego de San Ciriaco y San Felipe, la liberación no se dio porque era contraria a los intereses de los Estados Unidos. Ahora es la única alternativa compatible con los intereses de esa nación.
 
Es el momento para reagrupar las fuerzas de la descolonización, la puertorriqueñidad, la soberanía y la independencia. Basta de la sumisión que invita al desdén imperial. Jamás olvidemos que lo que se ha hecho en Puerto Rico lo hemos hecho nosotros mismos con esfuerzo y trabajo. Hay que darse a respetar exigiendo nuestra liberación.

 

Conversatorio  Proyecto HR 900 con el Congresista Luis Gutiérrez y  el Profesor Luis E. Romero.  Jueves, 23 de febrero de 2017,  a las 7:00 pm en el Teatro de la Escuela de Derecho en la Universidad Interamericana de Puerto Rico.  #hr900

 

 

Publicado en El Nuevo Día

6 de febrero de 2017

 

 

 

 

Juan Pérez se mira al espejo y ve un ciudadano americano, blanco, de clase media. El mestizo oprimido y pobre debe ser otro. Juan no. Su tez es clara y tiene un pasaporte azul. Los pobres son los que deambulan en las calles.

Es más, Juan no es un trabajador, mucho menos obrero. Es un empleado. Aunque esté desempleado en este momento, él es eso: un empleado desempleado. Los trabajadores son otros, izquierdistas que protestan por cualquier cosa.

Esa enajenación la comparte Juan con la mayoría de los puertorriqueños. Es característica del colonizado que se construye a sí mismo a partir de lo que el colonizador le impone. Ese es el escollo mayor que impide construir el país que queremos en el tiempo récord que lo queremos.

Entonces es que debemos de recordar que las mayorías no construyen nada. Son las minorías las que mueven la rueda. Juan no a mover un dedo por cambiar el país.

Nuestra misión –la de las minorías– incluye ayudar a Juan a liberarse de ese embuste que se ha hecho de sí mismo. Pero no tenemos que esperar por él.

Trabajamos sí para combatir la ignorancia que ha fomentado la deformación educativa deliberada de nuestra gente. Pero pretender esperar a que la mayoría aprenda y concurra para trabajar por la descolonización y construir un nuevo país es pedirnos demasiado.

También lo es pedirnos que esperemos por que los colonialistas definan el ELA mejorado. Han tenido casi sesenta y cinco años para hacerlo y ahora pretenden que detengamos cualquier proceso de libre determinación y descolonización hasta que ellos se definan.

Pues no. Todavía no sabemos cómo va a quedar configurado el nuevo plebiscito que se propone. Pero no es la ñoñería del PPD lo que tiene que determinar si los puertorriqueños ejercemos o no nuestro derecho a ir o no ir a ese plebiscito.

Tampoco el miedo a que la estadidad gane esa consulta. Es más, damos por bueno el augurio de que la gane porque, ciertamente, los independentistas y los soberanistas populares somos dos minorías.

Pero hasta una minoría de uno puede ser formidable con una buena estrategia. Dos minorías de cuatro gatos pueden dañarle una noche a cualquiera.

Yo les hablo de la minoría mía. Cuando nos dicen que hemos fallado en convencer a la mayoría a favor de la libertad tienen toda la razón. Hemos fallado malamente. ¿Y? Los estadistas y estadolibristas que son las mayorías del país han fallado en traer la estadidad y en mejorar el ELA, y nadie se los reprocha con el desdén que se le reprocha a los independentistas no haber traído la independencia.

Cuando nos dicen que hay que ir primero a la base a construir la libertad desde abajo y no lo hemos hecho bien, tienen razón. No lo hemos hecho nada bien aunque ciertamente hayamos ido –y sigamos yendo- a la base. Aunque nos esgalillemos tratando de convencer a la mayoría y combatiendo el menosprecio y la invisibilidad.

Sí, seguimos trabajando como hormiguitas y no avanzamos mucho. El espejo de Blancanieves en el que se mira Juan nos sigue ganando.

El poder del colonizador y los colonialistas que le asisten es un monstruo grande y pisa fuerte. Se te sienta encima como un peleador de sumo, te aplasta los pulmones, te agarra por el gaznate, y entonces te pregunta por qué no respiras.

Pero somos una minoría feroz que no han podido aplastar. Que le reprochen a su abuela. Que cuenten las agallas que tenemos. Esas sí que son muchas más. Nosotros sí que no nos quitamos.

Somos la energía que mueve la rueda. Agrietamos el espejo. Y si nos unimos, lo rompemos.

 

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