Publicado en El Nuevo Día
6 de febrero de 2017
Juan Pérez se mira al espejo y ve un ciudadano americano, blanco, de clase media. El mestizo oprimido y pobre debe ser otro. Juan no. Su tez es clara y tiene un pasaporte azul. Los pobres son los que deambulan en las calles.
Es más, Juan no es un trabajador, mucho menos obrero. Es un empleado. Aunque esté desempleado en este momento, él es eso: un empleado desempleado. Los trabajadores son otros, izquierdistas que protestan por cualquier cosa.
Esa enajenación la comparte Juan con la mayoría de los puertorriqueños. Es característica del colonizado que se construye a sí mismo a partir de lo que el colonizador le impone. Ese es el escollo mayor que impide construir el país que queremos en el tiempo récord que lo queremos.
Entonces es que debemos de recordar que las mayorías no construyen nada. Son las minorías las que mueven la rueda. Juan no a mover un dedo por cambiar el país.
Nuestra misión –la de las minorías– incluye ayudar a Juan a liberarse de ese embuste que se ha hecho de sí mismo. Pero no tenemos que esperar por él.
Trabajamos sí para combatir la ignorancia que ha fomentado la deformación educativa deliberada de nuestra gente. Pero pretender esperar a que la mayoría aprenda y concurra para trabajar por la descolonización y construir un nuevo país es pedirnos demasiado.
También lo es pedirnos que esperemos por que los colonialistas definan el ELA mejorado. Han tenido casi sesenta y cinco años para hacerlo y ahora pretenden que detengamos cualquier proceso de libre determinación y descolonización hasta que ellos se definan.
Pues no. Todavía no sabemos cómo va a quedar configurado el nuevo plebiscito que se propone. Pero no es la ñoñería del PPD lo que tiene que determinar si los puertorriqueños ejercemos o no nuestro derecho a ir o no ir a ese plebiscito.
Tampoco el miedo a que la estadidad gane esa consulta. Es más, damos por bueno el augurio de que la gane porque, ciertamente, los independentistas y los soberanistas populares somos dos minorías.
Pero hasta una minoría de uno puede ser formidable con una buena estrategia. Dos minorías de cuatro gatos pueden dañarle una noche a cualquiera.
Yo les hablo de la minoría mía. Cuando nos dicen que hemos fallado en convencer a la mayoría a favor de la libertad tienen toda la razón. Hemos fallado malamente. ¿Y? Los estadistas y estadolibristas que son las mayorías del país han fallado en traer la estadidad y en mejorar el ELA, y nadie se los reprocha con el desdén que se le reprocha a los independentistas no haber traído la independencia.
Cuando nos dicen que hay que ir primero a la base a construir la libertad desde abajo y no lo hemos hecho bien, tienen razón. No lo hemos hecho nada bien aunque ciertamente hayamos ido –y sigamos yendo- a la base. Aunque nos esgalillemos tratando de convencer a la mayoría y combatiendo el menosprecio y la invisibilidad.
Sí, seguimos trabajando como hormiguitas y no avanzamos mucho. El espejo de Blancanieves en el que se mira Juan nos sigue ganando.
El poder del colonizador y los colonialistas que le asisten es un monstruo grande y pisa fuerte. Se te sienta encima como un peleador de sumo, te aplasta los pulmones, te agarra por el gaznate, y entonces te pregunta por qué no respiras.
Pero somos una minoría feroz que no han podido aplastar. Que le reprochen a su abuela. Que cuenten las agallas que tenemos. Esas sí que son muchas más. Nosotros sí que no nos quitamos.
Somos la energía que mueve la rueda. Agrietamos el espejo. Y si nos unimos, lo rompemos.
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