Cuando los aborígenes enfrentaban fenómenos naturales, como el huracán María, no tenían herramientas científicas para explicarlos. Fuera por ignorancia, miedo, o simplemente por el deseo inherente del ser humano que le impulsa a buscar un sentido de significado y balance cognitivo ante la fuerza avasalladora de la naturaleza, creaban mitos y dioses. Les ponían nombres. Los taínos, por ejemplo, le llamaban a este fenómeno el dios Jurakán. En algunas culturas nativas pensaban que era un dios furioso que castigaba, y sacrificaban en el altar a miembros de la tribu en aras de saciar el apetito de ese dios.

 

Cuando en Puerto Rico azotó el huracán de la guerra hispanoamericana y nos invadió, el gobierno de los Estados Unidos, por miedo, por desconocimiento, por manipulación, por la fuerza avasalladora de su aparato militar, se creó otro mito. Se creó un dios: “el dios americano”. Y se pensó que ese dios era completamente benevolente, que era todopoderoso, que era absolutamente generoso. Se le inculcó falazmente al pueblo puertorriqueño que era pequeño y defectuoso ante ese dios infalible. En el altar de ese dios se sacrificaron patriotas como Pedro Albizu Campos, Lolita Lebrón y Gilberto Concepción de Gracia. Se persiguió y encarceló a todo el que lo cuestionara.

 

El huracán María representa el ocaso de ese dios falso. El fin del mito. Las pocas migajas, porque migajas son, que han caído de supuesta “ayuda” federal”, mucha de ella pagada por nosotros mismos, como los fondos FEMA, no han podido llegar a nuestro pueblo como requerían las circunstancias. El aparato militar más portentoso del mundo no ha mostrado interés por realizar aquí lo que ensayaron en repúblicas como Haití y Filipinas, donde la respuesta del gobierno federal fue más rápida y efectiva que en Puerto Rico.

 

Ha sido la entrega y la voluntad indomable de cada puertorriqueño(a) lo que ha permitido que se pueda avanzar lo poco que se ha avanzado ante la crisis. El que ayudó a limpiar la calle de su comunidad, el que compartió comida al hambriento, el que dio de beber al sediento y aquellos y aquellas que fueron casa a casa buscando quien necesitaba ayuda para extender su mano, fueron los que respondieron solidariamente ante la devastación.

 

No le debemos nada a nadie. Ha resultado humillante la actitud de desprecio, de ninguneo, del gobierno federal con respecto a la asistencia que vienen obligados moral, política y económicamente a proveer.

 

Cuando la gente se preguntaba “qué nos haríamos sin ellos”, la respuesta contundente hoy está ahí: cada puertorriqueño(a), cada grupo comunitario, cada voluntario respondió para darle la mano a nuestro pueblo.

 

Eso nos tiene que llevar a reflexionar. Cuando hablamos de reconstruir a Puerto Rico no podemos olvidar que estaba construido sobre una zapata débil, con unas ventanas flojas y bajo un techo que no estaba fijo. Tenemos que preguntarnos cuál es el paísque queremos y debemos construir, porque si se reedifica con la misma zapata débil, con las mismas ventanas mal puestas y con el mismo techo defectuoso, entonces vendrán nuevos vientos y se irá nuevamente la casa al piso.

 

 

Esta es la gran oportunidad para construir una nueva Patria. Una vez llegó el ocaso del dios americano, es el momento de echar los ídolos a un lado y construir sobre la zapata sólida de una nacionalidad vibrante y la soberanía para lograr un país verdaderamente democrático y solidario en unión y amistad con el resto de los pueblos del mundo.