Durante los pasados dos cuatrienios en repetidas ocasiones alertamos sobre tres fenómenos demográfcos que se estaban juntando y que nos llevarían al final de la década a que por primera vez en nuestra historia se registrase una reducción poblacional. Ello hoy más que nunca , corroborado por los datos censales, plantea enormes retos, esfuerzo y sacrificio por parte de todos.

El primer fenómeno que llamó nuestra atención mientras observábamos el efecto de la licencia de lactancia creada por legislación del PIP, fue un descenso pronunciado y prolongado en el número de nacimientos, tendencia que anunciaba ya un cambio demográfico significativo para efectos de la planificación de nuestros recursos y para el desarrollo sustentable. Sostenida como está esta tendencia, reforzada por prácticas antisalubristas (las inne-cesáreas que dificultan sicológicamente partos posteriores) y un pésimo cuadro económico que limita las oportunidades de las parejas jóvenes (que posponen o reducen la cantidad de hijos) quedaba plasmado un evento que por sí solo debió preocupar e invitar a que Sociedad y gobierno crearan estímulos, empleos, incentivos y oportunidades para la gente joven.

El segundo fenómeno que llamó poderosamente nuestra atención fue el de una emigración galopante de sectores principalmente jóvenes que fue creciendo provocada por una economía pobre, deficitaria, dependendiente y en crisis permanente. Esta economía que entró en una recesión hace cinco años precipitó la partida de muchos más puertorriqueños al extranjero. Una característica igualmente desconcertante de esta emigración sin precedente es que sacó del país a casi medio millón de personas muchos de los cuales poseían más que nunca antes preparación profesional y universitaria.

El tercer fenómeno demográfico que llamó nuestra atención fue el aumento en el número de personas de dad avanzada, tanto de los que nunca salieron de Puerto Rico, como de los que retornaban luego de pasar muchos de sus años productivos fuera. Acentuaba este dato que se tratase del sector poblacional más pobre y con menos recursos a la mano para su sostenimiento.

Las observaciones en torno a estos tres fenómenos llevaron a que a nombre del PIP, presentásemos y en algunos casos a obtener la aprobación de resoluciones investigativas en la Cámara de Representantes sobre la reducción de nacimientos, la emigración acelerada y sobre la situación del segmento poblacional de las personas de edad avanzada. Cuando dimos el alerta en discursos, escritos periodísticos, programas radiales, conferencias y en el propio cuerpo cameral pretendíamos crear conciencia pública y tomar medidas que nos permitieran mitigar los efectos de estos fenómenos o anticipar y atender sus causas.

Así, promovimos legislación para fomentar el empleo gubernativo y privado de personas de edad avanzada, para brindarles servicios y tarifas especiales para su transportación, para declarar y hacer valer los derechos de las personas con impedimentos (muchos pertenencientes al grupo etáreo de los que tienen más de sesenta años). Trabajamos además por una legislación que hiciera justicia contributiva a los sectores medios, aumentase los recursos fiscales y destinase una parte a la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías y empleos. Por otra parte, promovimos sin éxito la dilucidación del status colonial y su solución como correspodía y corresponde, pues sólo los poderes que da la independencia pondrían en movimiento las fuerzas para contrarrestar la corriente incontrolable que impulsa estos tres fenómenos demográficos.

Para que se tenga una idea de lo que cada uno de estos fenómenos acarrea, resumámoslos a riego de simplificar demasiado.

Primeramente una reducción poblacional del orden registrado para la década de 2.2% está entre las más altas del planeta. Los propios datos censales de Estados Unidos ponen a Puerto Rico con entre tres y cinco veces más porcentaje de emigración que los países en los que más ha mermado la población en el mundo. Notablemente siguen en la lista a Puerto Rico, Ucrania con el (0.8%), Rusia y Bielorrusia con el (0.6%), Bulgaria y Latvia con el (0.5%) y Lituania con (0.4%). Este dato no sólo es llamativo por la fuga poblacional, de recursos y capital humano, sino por las consecuencias que tiene para la coherencia misma de la familia, la comunidad y la sociedad ese desgajamiento profundo. Se estima que por lo menos uno o dos mimbros de cada familia puertorriqueña extendida (de diez personas) emigraron durante la pasada década. La merma en capital humano, la pérdida en los enormes recursos preparatorios invertidos, la pérdida de la riqueza que hubiesen generado se suman a una merma proyectable al crédito territorial y al crecimiento económico que dado el perfil educativo de muchos migrantes puede multiplicar su efecto negativo en la economía.

En segundo lugar, la reducción en los naciemintos, proyectada ya en más de quince mil nacimientos anuales comparados con la cifra de hace nueve años, pone de manifiesto una hipoteca futura para toda la sociedad en la que la edad promedio aumenta, la pirámide poblacional se torna cilíndrica y más adelante (en un par de décadas) se invertirá y en la que menos personas tendrán que sostener el costo del aparato gubernativo y la producción y recursos para sustentar a todos los habitantes.

En tercer lugar, dada la evidente fragilidad económica de este sector de la llamda tercera edad tendremos si no actuamos, una población de edad avanzada que será todavía más pobres y tendremos menos recursos para atender sus necesidades. Vaya forma de premiarles una vida de sacrificios.

En las visiones malthusianas y moscosianas de las décadas del 1940, 1950 y 1960 donde se buscaba crecimiento de índices (abstracciones estadísticas que nada dicen de la acumulación de la riqueza, la fuga de capitales y de su pobre distribución) y en donde poco importaba el desarrollo sustentable, la emigración fue una válvula contable que permitió dividir matemáticamente la producción abstracta entre menos gente. Tamaño disparate. Se le rompió el espinazo a la familia, ala comunidad y al país, mientras se permitió que las empresas multinacionales arrancasen cientos de miles de millones de dólares en ganancias casi exentas.

Gran parte de los problemas sociales del país, de sus inseguridades, de la pobreza, la dependencia y paradójicamente del materialismo rampante tienen su raíz en esas políticas económicas inconscientes, derrochadoras y aplastantes de los últimos sesenta años. Al final del camino en abril del 2010 tuvimos 3,725,789 de habitantes, lo que significa 82,821 menos que a la misma fecha en el 2000 y 4.2 milllones de puertorriqueños en Estados Unidos. Ni los países en las más calamitosas guerras o desastres naturales tienen a más de la mitad de su gente fuera de su territorio. Para colmo de males más de la mitad vive bajo los niveles de pobreza, con un desempleo arrollador, con casi 175,000 empleos menos que hace tres años y con una reducción notable en el ingreso per cápita de $10,022 en el 2008 a $9,811 in 2009. Los que quedamos en Puerto Rico tenemos mucho que hacer, sin farandulerías, protagonismos, ni egopolíticos. Sólo con patriotismo y desprendimiento como debe ser siempre.